Olivicultores, industria y exportadores quieren controles más exigentes y catas similares a las del vino, que sirvan para ‘valorizar’ el producto no para determinar su categoría.
Algo se mueve en el sector olivarero para apuntalar el liderazgo mundial del denominado ‘oro líquido’ español. Primer productor mundial, con producciones medias en los últimos años superiores al millón de toneladas y a mucha distancia de competidores directos como Italia, Francia, Grecia y Túnez. Desde el verano las iniciativas se han sucedido: el Ministerio de Agricultura aprobó el pasado 31 de agosto la Norma de Calidad del Aceite de Oliva, con la que modifica una regulación que databa de 1983, e impulsaba una mayor trazabilidad y transparencia en la operativa. Además de prohibir prácticas como el ‘refrescado’ o mezcla de aceites de oliva vírgenes de diferentes campañas y prever la elaboración de un código de buenas prácticas voluntario.
Por otra parte, desde el propio sector asociaciones como Anierac (Asociación Nacional de Industriales, Envasadores y Refinadores de Aceites Comestibles) y Asoliva (Asociación Española de la Industria y Comercio Exportador de Aceite de Oliva) cuestionan el rol de las catas como la ‘prueba del algodón’ para determinar la categoría de los aceites y proponen análisis oficialescon parámetros fisicoquímicos (grado de acidez, índice de peróxidos u oxidación inicial, Espectrometría UV…), organolépticos (frutado, defectos…), más exigentes que la normativa europea con exámenes previos al envasado y con una vigencia de un año durante el que habría pruebas periódicas para verificar la autenticidad del aceite que llega a los lineales.
Por otro lado, la Fundación Patrimonio Comunal Olivarero, en la que están representadas todas las asociaciones olivareras y administraciones públicas como los ministerios de Agricultura, Industria y Trabajo, así como las juntas de Andalucía y Castilla-La Mancha, aprobó hace unos días impulsar una certificación que abarque todo el proceso de fabricación y elaboración, más allá de la producción.
Al respecto, el presidente de Dcoop, Antonio Luque, destaca que «con la certificación habrá un producto controlado desde el origen, con trazabilidad absoluta y perfectamente comprobada. Se trata de una garantía superior a la de cualquier producto no certificado». En este sentido, confía en que la mayoría de las empresas del sector se adhieran a esta certificación. «Lo ideal es que lo hicieran prácticamente todas las empresas. que el Ministerio de Agricultura lo adoptara como norma oficial y todo el aceite español llevaría una calidad absoluta», dice.
Para el principal responsable de este gigante cooperativo, del que dependen 75.000 agricultores y ganaderos, «es muy importante hoy en día demostrar a los mercados que somos los que más y mejor producimos aceite». Sobre las catas, la propuesta pasa por darles una utilidad parecida a las del vino, a modo de ‘valorización’ del producto. La cata es criticada en todo el sector, aunque legalmente es clave para determinar si estamos ante un aceite de oliva virgen, virgen extra o un mero lampante, que necesita ser refinado antes de consumirse.
En cualquier caso, Luque añade que la futura certificación también contempla un endurecimiento de los parámetros analíticos. Tanto desde Anierac como Asoliva miran con buenos ojos esta certificación, pero con matices. El director de Asoliva, Rafael Pico, asume que «todavía hay mucho que trabajar» y muestra su preferencia por que la certificación se gestione desde la Interprofesional del Aceite de Oliva Español. A su juicio es hora de que «España ejerza el liderazgo en el mercado» para evitar las barreras no arancelarias. y apuesta por más promoción en el extranjero.
Una línea similar a la que mantienen desde Anierac (que agrupa a los operadores nacionales), que tampoco ve con malos ojos la certificación, pero avisan contra el «estancamiento» del consumo en mercados productores como el español. «El consumidor joven se está escapando del producto», advierte su director, Primitivo Fernández, quien apuesta por innovar con condimentos y aliños, aunque la norma de calidad del aceite de oliva prohibe expresamente que estos productos destaquen en su denominación de venta el término aceite de oliva. «No podemos dejarlo todo a las exportaciones», concluye.
Estabilidad
Si no fuera por la tormenta de costes que azota el campo y la sequía en algunas zonas de producción, el término de estabilidad se le podría aplicar al aceite de oliva.
En concreto, según Agricultura, la campaña 2021/2022 concluirá con una producción estimada de 1,3 millones de toneladas. Lo que la sitúa en línea con las últimas cuatro campañas, aunque cae ligeramente respecto a la anterior (1.634.900 toneladas) en todas las autonomías menos Extremadura. La Mesa Sectorial del Olivar, reunida el pasado 28 de octubre, concluyó que habrá recursos suficientes para atender la demanda nacional (de 551.000 toneladas). En la campaña 2020/2021 se exportaron 1,09 millones de toneladas a 160 países por un valor acumulado de 3.144 millones de euros.
Dcoop, el ‘gigante’ cooperativista que lidera la producción mundial
El grupo cooperativista Dcoop, que facturó en términos globales el año pasado 907,7 millones de euros (475,39 millones solo en aceite), pasa por ser el mayor productor mundial de este ‘oro’ líquido; con una producción media anual de 225.000 toneladas, que exporta a más de 70 países por medio de marcas como Dcoop, Acorsa, Cordoliva, Tierras Altas y Pompeian (líder en Estados Unidos). Todo ello a través de un centenar de cooperativas situadas principalmente en Córdoba, Sevilla, Málaga y Granada. Solo la sequía en algunas zonas productoras preocupa. «Estamos muy por debajo de la pluviosidad media», reconoce el presidente de Dcoop Antonio Luque.
Fuente: ABC Economía